martes, 20 de mayo de 2008

Apuntes para una "Elegía de Beethoven sordo"



Ese pan de su Arte
con que luego comulgan los siglos,
entre piedras de amargos dolores
salió de su alma cribado y molido.
Porque el Arte es amor, ante todo,
y, ante todo, el Amor, sacrificio...
Por eso aquel pobre organista sublime
supo de tristezas y supo de olvidos,
y de la tortura de unos lindos ojos
amados y esquivos;
y de la vergüenza de escuchar al paso
un rumor de risas tras los abanicos...
¡Por su ceño corvo, su levita vieja
y sus recios cabellos ariscos!
Pero, sobre todo, supo la amargura
de vivir prisionero de sí mismo.
¡Qué tortura aquel hambre insaciable
de armonías, cadencias y ritmos!...
¡Y no oír ni el trinar de los pájaros,
ni el gemir de las brisas, ni el rumor de los tilos!
Calle de amargura fue su vida toda,
con la cruz a cuestas hacia el sacrificio
.....................................................
Y estaba su alma triste
purificada ya por el martirio,
y era ya su melena altiva y bronca
de plata, como un nimbo,
cuando iba junto al Rhin, azul y manso,
a solas con su espíritu,
mirando atardecer entre los troncos
de los sauces llorones y los tilos.
Se le veía a veces detenerse
y aguzar el oído,
con desesperado y loco anhelo
de escuchar el rumor manso y continuo
que formaban las hojas de los árboles
y las aguas del río.
Inmóvil, silencioso,
en un arrobo místico,
escuchaba, escuchaba, y sonreía...
¿Acaso adivinaba aquel zumbido
del agua y de las hojas, en su alma,
que era hermana del río?
Se volvía después tarareando
un aire destemplado y sin sentido.
Y su sombra, largada en el Poniente,
con su alta "copa" y su inmenso abrigo,
cruzaba entre las sombras de los troncos
que orlaban el camino.
Y llegando a su celda miserable,
como apresado de un furor divino,
con sus manos hercúleas
golpeaba el teclado amarillo...
¡Y brotaba un rumor de agua mansa, del clave
y un murmullo de brisas entre sauces y tilos!
Todo el alma del Rhin, armonioso,
le vibraba en su alma, que era hermana del río.
José María Pemán.-

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